Por Padre Cesar Jaramillo, JCL
Contribuyente Invitado
De las tres carabelas que acompañaron a Cristóbal Colon en su viaje al Nuevo Mundo en 1492, la más conocida es la Santa María. No creo que este detalle sea coincidencia. Prefiero llamarlo una “diocidenci.” Como cristianos, siempre damos gracias a Dios por habernos dado al autor de nuestra salvación a través de la Virgen María hace 2,000 años. Como pueblo hispano, al celebrar el Mes de la Herencia Hispana (15 septiembre-15 de octubre), también damos gracias a Dios por su invaluable don al continente americano hace 500 años: la fe católica.
Sin negar las dificultades y los lamentables errores que se cometieron en la gran tarea de la evangelización del Nuevo Mundo, hay que reconocer que la nueva visión del hombre — cuya imagen perfecta es Jesucristo — y del mundo, traída por los religiosos misioneros marco un antes y un después en la historia del desarrollo humano-espiritual del continente americano. Los primeros misioneros desembarcaron a principios del siglo XVI y anclaron la cruz de Cristo como vela principal de la barca de Pedro, en la cual todos estamos llamados a entrar.
Hoy día podemos decir con certeza que, en América, desde el siglo XVI, el poder transformativo del Evangelio desencadeno en una serie de eventos que pusieron fin a prácticas atroces que atentaban contra la dignidad del ser humano y destaco el inalienable valor que posee cada persona. Lamentablemente, también tenemos que aceptar que fueron inexcusables los episodios de violencia y maltrato que vivieron algunos nativos a manos de muchos que no supieron encarnar los valores evangélicos que ellos mismos deseaban transmitir. Su gran pecado fue una incoherencia entre lo que se predicaba y como se vivía, lo cual no solo restaba credibilidad al evangelio si no que ponía en tela de juicio la existencia de un Dios bueno y misericordioso.
Como hispanos, al celebrar cada año nuestra herencia hispana reconocemos que no somos los artífices de muchas de las virtudes que adornan nuestra identidad como pueblo hispanohablante. Por el contrario, destacamos y celebramos la herencia espiritual, cultural, y humana que se nos ha transmitido a través de nuestra historia.
Al celebrar nuestras raíces y la riqueza de las culturas que tanto han contribuido al tejido y al desarrollo de nuestros pueblos latinoamericanos en general y de este país en particular damos testimonio de que también nosotros seguimos construyendo sobre los hombros de la generación que nos precedió, como lo dijo un día el Presidente Ronald Reagan. Sin embargo jamás podemos olvidar que los grandes aportes que colectivamente hemos hecho a lo largo de nuestra presencia en EE. UU. hallan sus raíces — indudablemente — en nuestra identidad cristiana.
La fe cristiana ha sido el compas moral de nuestros pueblos durante más de 500 años. Hoy en día la fe colectiva de más de 425 millones de católicos puesta en acción en cada sector de la vida social se ha encargado de derribar regímenes totalitarios que han amenazado con doblegar a no pocos de nuestros países bajo el yugo de la violencia y la pobreza. Ha sido la fe cristiana la piedra angular del núcleo familiar y de la jerarquía de valores que hacen de nuestros pueblos un terreno fértil para el florecimiento del bien común y la esperanza de un mundo mejor.
Que Santa María, Estrella del Mar, guie a nuestros pueblos en la consecución de la paz y nos de la gracia de permanecer siempre dentro de la barca de Pedro para llegar salvos al puerto de la salvación.