A medida que iba creciendo, llegué a entender lo que significaba decir: “Mis padres nacieron en Irlanda”. Ser criado por padres inmigrantes no pareció tener mucho impacto en mí, mi hermana o mi hermano, ya que crecimos en un “vecindario irlandés-italiano” en Queens en las décadas de 1970 y 1980. Entre los recuerdos que tengo de lo que significo ser criado por padres nacidos en Irlanda, está el que una vez al año, el 17 de marzo, nos obligaban a faltar a la escuela (algo que me hacía muy feliz), para junto con mis padres unirnos a la “Sociedad del Condado de Mayo”, y marchar en el desfile del Día de San Patricio. Hay otros recuerdos, como el de familiares que venían de Irlanda y que recogíamos en el aeropuerto JFK cuando venían de visita, y que hablaban “raro”. También recuerdo, un par de viajes que hicimos a Irlanda, los que particularmente no disfrute mucho, en ese momento, porque hubiera preferido quedarme en casa para jugar béisbol y stickball, un juego muy parecido al béisbol.

Durante mis años de escuela secundaria y de universidad, aprendí el significado de la frase “primera generación”, usada por algunas personas para referirse a los primeros miembros de una familia de inmigrantes, nacidos en un “nuevo” país. Mientras crecía, aprendí a apreciar la música, la historia, la cultura (y los pubs) irlandeses y recuerdo que durante mis años de universidad y seminario y durante mis primeros años como sacerdote, a menudo no me describía como un “hijo de inmigrantes” hasta que comencé a hacerlo en español: “Yo soy hijo de inmigrantes”. Pasé seis felices años en mi primera asignación parroquial como sacerdote en una parroquia muy diversa, San Nicolás de Tolentino, en Jamaica, Queens. Durante esos años, comencé a aprender a comunicarme en español. En San Nicolás, había una pequeña, pero vibrante comunidad de habla hispana. De las seis misas dominicales, cinco se celebraron en inglés y una en español.
Mi vida y mi ministerio cambiaron significativamente cuando comencé mi segunda asignación en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores (“Los Dolores”) en Corona, Queens, donde se celebraban 11 misas dominicales: ocho de esas misas se celebraban en español y tres en inglés. Creo que la parroquia ha crecido en los últimos años, pero durante el año que serví allí (2003-04), un promedio de 5,000 y 6,000 personas asistían a la misa dominical durante el fin de semana. Era una comunidad mayoritariamente inmigrante, algunos llevaban 20 años o más en el país, y otros literalmente “acababan de llegar”. Un gran número de los feligreses eran de la República Dominicana, México o Ecuador, pero había muchos de otros países de América Central y del Sur. El párroco era monseñor Thomas Healy (Padre Tomás), hijo de padres inmigrantes que habían llegado de Irlanda a principios de la década de 1930, “durante la depresión”, como solía decir monseñor Healy.
Monseñor Healy había sido párroco de esa parroquia durante casi 20 años, y conocía muy bien a sus feligreses. A menudo hablaba con los miembros de su comunidad, en conversaciones privadas y en homilías, sobre la “experiencia del inmigrante”. Con frecuencia, compartía conmigo cómo “veía” a sus propios padres en los feligreses, comentando sobre las dificultades de llegar a este país y tener que trabajar duro, formar una familia y criar a los hijos. A medida que fui conociendo a los miembros de la comunidad, me inspiraron sus historias, lo que significaba para ellos “irse de casa” y de cómo pudieron encontrar trabajo y hacer una vida por sí mismos aquí. Llegué a darme cuenta que muchos miembros de esa comunidad, mientras criaban a sus hijos, también enviaban ayuda financiera a su familia “en casa”, y que no solo estaban “viviendo el sueño americano”, sino que también estaban viviendo vidas inspiradoras de fe, esperanza y amor. También llegaría a enterarme de que muchos de esos feligreses habían recibido su “Tarjeta Verde”, residencia legal permanente, y muchos otros se habían convertido en ciudadanos o estaban en camino a la ciudadanía. De igual forma, también me enteraría de que una parte muy significativa de la comunidad era “indocumentada”, es decir, no tenía resuelta su estatus legal en los Estados Unidos.
Después de servir un año en Nuestra Señora de los Dolores, serví durante los siguientes seis años, como Director Diocesano de Vocaciones para luego ser asignando, en enero de 2010, como párroco de la Parroquia de San Miguel en Sunset Park, Brooklyn. San Miguel era, en muchos sentidos, una versión más pequeña de Nuestra Señora de los Dolores. A medida que comencé a conocer a los feligreses, pude apreciar el significado de cuando Mons. Healy decía “veo a mis padres” en muchos miembros de la comunidad. Como párroco de San Miguel, tuve la bendición de conocer a algunas de las personas más buenas y santas que he conocido. Ver la forma en que los padres criaban a sus hijos, enseñándoles a orar, asistir a misa todos los domingos, tener respeto por sus mayores, concentrarse en sus tareas escolares y estar siempre dispuestos a ayudar si se necesitaban voluntarios. Me di cuenta de que habían padres y abuelos, sacerdotes, religiosos, catequistas, familias extendidas y comunidades parroquiales maravillosas en la República Dominicana, México y muchos otros países que enseñaron a sus hijos lo que significa ser una familia católica y criar hijos en la fe.
Ser párroco de una comunidad mayoritariamente de inmigrantes me ayudó a tener un aprecio aún más profundo por nuestro país, que, en muchos sentidos, es un país de inmigrantes. Vi lo bendecidos que eran los hijos de esos inmigrantes, como yo lo había sido, de tener la oportunidad de recibir una buena educación, ir a la universidad y desarrollar el deseo de “retribuir” convirtiéndose en buenos ciudadanos que se esfuerzan por servir a nuestro país y comunidad. Al igual que la comunidad de Nuestra Señora de los Dolores, muchos de los feligreses de San Miguel, eran residentes legales, muchos se habían convertido en ciudadanos o estaban en camino a la ciudadanía, y muchos otros estaban “trabajando en sus papeles” para regularizar su estatus legal. Había otros feligreses que eran “indocumentados” y que habían estado en el país durante 10, 20 o más años, que trabajaban honradamente, pagaban impuestos con un “Número de Identificación Fiscal” (Tax ID Number) y que después de intentarlo varias veces, no habían podido “regularizar” su estatus legal
He decidido escribir esta reflexión personal en este momento, para poder compartir con los lectores algo de lo que nosotros, como comunidad y como familia parroquial, experimentamos en los primeros meses de 2017. Al igual que en 2024, cuando el presidente Donald Trump fue elegido en 2016, a menudo hablaba sobre el tema de la inmigración y los “inmigrantes ilegales” y hablaba de “deportaciones masivas”. Los primeros meses de 2017 fueron una época terrible para la gente de la parroquia de San Miguel. Debido al miedo a ser deportados, la gente tenía miedo de salir de sus casas. Durante ese tiempo, se organizaron en la comunidad, talleres de “Conozca sus derechos”, inclusive, ayudando a los padres a elaborar declaraciones juramentadas para establecer quien quedaría al cuidado de sus hijos, en el evento de ser deportados. Al escuchar a algunos de mis feligreses, me sentí profundamente decepcionado por las decisiones políticas que tomaban nuestro gobierno y los líderes electos. Las personas trabajadoras, honestas y generosas que habían sido bienvenidas y habían hecho un hogar en esta tierra, ahora sentían que podían ser “expulsadas” del país en cualquier momento.
Mi recuerdo de 2017 es que el miedo duró unos meses, y luego pareció disiparse. Se ocasiono un gran daño, pero la mayoría de las personas volvieron a sus trabajos y empezaron de nuevo a sentirse seguras y esperanzadas sobre el futuro. Me entristece mucho ver y escuchar que, para nuestras hermanas y hermanos en nuestras comunidades de inmigrantes, la experiencia de 2017 se está repitiendo ahora en 2025. No estoy seguro de si tengo un objetivo o esperanza en particular al compartir esta reflexión personal, aparte de hacerles saber lo que algunos de nuestros hermanos y hermanas están experimentando actualmente. También espero que los lectores estén de acuerdo en que debería haber una mejor manera de asegurar nuestras fronteras y llevar a los criminales ante la justicia, especialmente a aquellos que han cometido delitos violentos.
También tengo la esperanza de que nuestros hermanos y hermanas inmigrantes aquí en nuestra diócesis de Paterson sepan que, como Iglesia, estamos con ellos en oración y solidaridad en estos tiempos difíciles. Con este objetivo en mente, estamos organizando una Noche de Oración y Solidaridad con nuestras comunidades de inmigrantes, el jueves 13 de enero, en la Iglesia del Sagrado Corazón en Dover. Haga clic aquí para ver un folleto con más detalles. Espero y rezo para que todos los católicos y cristianos hagan lo que Jesús nos pide que hagamos, especialmente en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, cuando nos pide que lo veamos en los más necesitados:
”Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, un forastero y me acogisteis…” (Mateo 25:35)