Cada Viernes Santo, en numerosas calles de la Diócesis de Paterson, se revive con profunda devoción el camino de Jesús hacia el Calvario. No se trata de una simple representación teatral, sino de una expresión auténtica del pueblo, que acompaña con fe y lágrimas la Pasión del Señor.
En parroquias como las de Paterson, Passaic, Dover y Morristown, las comunidades hispanas preparan con esmero y dedicación este Viacrucis viviente. Durante semanas se realizan ensayos, se confeccionan vestuarios y se distribuyen roles. Hay jóvenes que encarnan a Jesús, niños que representan al pueblo, y madres que dan vida a la Virgen María o a las mujeres de Jerusalén. Todos ellos se entregan con generosidad para hacer visible, en medio de sus vecinos, el dolor y el amor de Cristo.
Mayra Cayax Guerra, miembro de la comunidad de Santa Margarita de Escocia, lo expresa así: “Desde el comienzo de la Cuaresma nos unimos en oración, y cuando llega el Viernes Santo, mientras caminamos el Viacrucis, el Señor nos permite vivir profundamente su Pasión. Nuestros corazones y espíritus lloran; es algo inexplicable”. No se trata únicamente de interpretar personajes, sino de rezar con el cuerpo, la voz y el alma, en una auténtica comunión espiritual.
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Lo más impactante es observar la respuesta del pueblo. Las calles se llenan de silencio, oración y miradas fijas en la cruz que lentamente avanza hacia la iglesia. Se escucha el golpe de los látigos, el grito desgarrador de Jesús, y en medio de la multitud, los ojos se humedecen. Hay personas que se persignan y que no pueden contener sus lágrimas al ver a María abrazando a su Hijo caído o al Cirineo ayudándolo a cargar la cruz. Esas lágrimas son testimonio vivo de que el pueblo no ha olvidado al Señor, que aún hay corazones sensibles y que el amor de Cristo continúa transformando vidas.
Juan Valle, de la comunidad del Sagrado Corazón y el Santo Rosario en Dover, comparte su experiencia personal: “Durante años fui solo espectador del Viacrucis, pero ahora entiendo que no es un espectáculo, sino una oportunidad para recordar cómo Jesús, siendo inocente, enfrentó la cruz por amor. Es un mensaje de esperanza para estos tiempos difíciles”. Su testimonio refleja la transformación que muchos experimentan al pasar de observadores pasivos a testigos activos y comprometidos.
En Passaic, el diácono Gilberto Martínez ha acompañado durante años a los jóvenes participantes desde la parroquia Nuestra Señora de Fátima y San Nicolás. Él afirma que este Viacrucis “es una forma de evangelizar más allá de las puertas de la parroquia. Al caminar por las calles, estamos llevando el mensaje de Cristo a la ciudad, e invitando a los jóvenes a vivir su fe con alegría y valentía, mostrando al mundo que la juventud está viva para la gloria de Dios”.
Incluso los más pequeños forman parte integral de esta experiencia de fe. En la parroquia San Antonio de Padua, también en Passaic, se realiza cada año un Viacrucis infantil. Claudia Soria, coordinadora de Educación Religiosa, destaca el impacto que esto genera: “Los niños participan con amor y respeto, y gracias a ellos muchos padres se han acercado nuevamente a los sacramentos. Dios ha utilizado a estos pequeños para unir familias y fortalecer la fe en nuestra parroquia”.
En cada Viacrucis, los participantes entregan su propia cruz: sus problemas, heridas y esperanzas. Aunque la mayoría no son actores profesionales, lo hacen con una fe que conmueve profundamente. Morayma Macera, de la parroquia de Santa Teresita en Paterson, lo resume bellamente: “Representar cualquier papel en el Viacrucis no es para lucirse ni para alimentar el ego; es un llamado a lo sagrado”. Y eso es mucho más valioso que cualquier actuación profesional, porque el Viacrucis viviente no es solamente una tradición cultural, sino una proclamación viva de que Cristo sigue presente.
Héctor Jiménez, de la Catedral de San Juan Bautista, enfatiza el propósito evangelizador de esta tradición: “Lo hacemos por Jesús y por la conversión de las personas. A través del Viacrucis, deseamos que quienes lo presencien sientan el llamado del Señor. Si una sola persona decide volver a Dios, si un corazón es tocado, sabremos que valió la pena, porque no hay mayor recompensa que ver a alguien reencontrarse con el amor de Cristo”.
El Viacrucis viviente nos recuerda, año tras año, que Cristo no está distante, sino que camina con nosotros, sufre con nosotros y nos acompaña en cada paso de nuestra vida. Este camino despierta corazones, renueva las esperanzas de nuestros feligreses y demuestra que el amor verdadero siempre triunfa sobre la oscuridad, el amor verdadero del Dios vivo y siempre presente en medio de nosotros.
